miércoles, 13 de octubre de 2010

ELEFANTE 6




El eterno retorno

Porque me siento devorado

Por los oscuros dientes

De las sombras.

Las heridas sobre los dedos

(Otra vez)

Sentí el orbe y a toda su inmensidad,

Sobre mis espaldas.

Nuevamente torné de los gemidos a los jadeos.

La llaga en el dedo.

(El iris se nubló)

No fui fulminado por la flecha,

No disfruté de la pequeña muerte,

Me expulsaron de mi Edén,

Parpadeé y lloré ante la nada.

Hoy el sol no dibujaba en las baldosas,

Los pájaros y la natura volaron

Fuera de la eternidad.

Te he visto y no me has mirado

(Llorando entre las delgadas líneas)

Otra vez…

El Laucha.







A veces soy

A veces soy como la pintura seca en la pared: inestable, esquizofrénico y

asfixiado por la masiva humedad de las personas.

Así resisto y resisto el transcurrir del tiempo, hasta que algo o alguien llega y me toca…

...Caigo en el silencio y en la oscuridad del frió suelo. Inevitable como los años, me desintegro ciego

y me convierto irreversiblemente en polvo: olvidado y gris, mínimo y quebrado, inerte y moribundo.

Y, así sin más, desaparezco como una mugre anti-estética que desdibuja el paisaje,

recordando con los ojos estrellados que alguna vez fui fresco y vino color que alumbraba

alguna rabiosa tempestad.

Entonces revivo sin mas...porque la muerte es mentira.

Leo Martinez









Eso siento el jueves

Y la casa, que huele a jazmín por doquier

Y mi casa siempre debe oler a jazmín por doquier.

No mido el ancho del espacio que ocupo con mi cuerpo

Y Kurt Cobain canta después de Jack White, en unos parlantes muy malos.

Y la mitad de los platos están sucios.

Y no hay palabras para decir que no se hayan dicho. La literatura en decadencia.
Y esta enorme cantidad de objetos acumulados no tiene el menor sentido, sólo se puede intentar vagamente una posible clasificación. No ahora. Ni después.

Aprovechar el tiempo es todo un arte, decidir en el momento correcto sin pensar, entrar en el molde exacto.

Es todo un arte.


Josefina Abalos







ÉL

Éramos tres los que compartíamos la habitación.
Martín, Yo y Él.

Martín era agradable, generoso. Siempre daba parte de su comida y siempre hablaba en esa habitación oscura, y con el ruido a todo el viento.

Yo, me limitaba a escuchar, escuchaba a Martín, y al viento. Agradecía, gracias, gracias, gracias eran las únicas palabras de mi lengua.

Él, Él no se movía. Él, nunca supe su nombre. Él, Él era más oscuro que la habitación. Lo único que hacía era gemir.

Mi desesperación era que muriera Martín y quedar Yo, Yo solo con Él.

Un día, ya no se escuchó más a Martín, ni compartió la comida que se arrastra. No lo escuché, y no me preocupé por Él. Sólo me limitaba a lo que había descubierto ese día. El destello de una hermosa luz en la pared.

Pero Él, pero Él se levantó para taparla.

Rodolfo Schmidt

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